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Elena Laverón junto a su obra.Foto:Google |
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Obra de Elena Laveron. Foto: Google |
Elena
Laverón heredó de su madre el interés y el apellido artístico.
«Al principio, a mi padre no le sentó muy bien, pero yo le dije:
'Ya tienes siete hijos que se llaman Álvarez, ¿qué más te da que
una se llame Laverón?'», recuerda la escultora. Además, se daba la
coincidencia de que, a mediados de los años 50, «había una pintora
muy conocida que se llamaba Elena Álvarez». Eso fue en Barcelona,
donde Laverón pasó una parte de su juventud. Antes había tenido
una infancia itinerante en el norte de Marruecos. «Mi padre fue el
último Interventor de Ceuta. Por su trabajo tuvimos que cambiar
varias veces de ciudad: vivimos en Ketama, Arcila, Tánger,
Alcazarquivir, Larache...». Para Elena Laverón, aquellos fueron
unos años «maravillosos». La entrada en la adolescencia le trajo
un nuevo traslado, en este caso a Gerona. Allí le fascinó la
belleza de las iglesias románicas y góticas y allí también se
matriculó en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge: «Desde
pequeña supe que me quería dedicar a la creación artística. Desde
muy niña sentí que me divertía mucho y, además, era muy torpe
para todo lo demás...», admite medio en broma esta escultora cuya
obra forma parte de las colecciones del Museo Reina Sofía, del
Guggenheim de Nueva York o de la Hispanic Society
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